
¿Cuán frágiles nos hemos sentido al llorar? ¿Mucho? ¿Poco? El mandato de nuestros padres de “basta de llorar”, “llorar mucho es malo” o “los chicos no lloran” a muchos ha marcado de tal forma que es muy conocida la frase “sentirse secos por dentro”.
Yo fui una llorona irremediable. Estoy segura, porque recuerdo el mote que me puso mi madre: Llorimalaleo. No sirvió de nada. Todavía casi todo sigue emocionándome hasta el punto de llorar. Un melodrama, la risa de un bebé, la imagen de un niño sin hogar... Hoy más que nunca no intento luchar contra ello.
Es que, por encima de todo, detesto ese nudo en la garganta y el no poder respirar que me produce retener el llanto. Opto por esa sensación de “pluma al viento” que llega después de una buena sesión de lágrimas.
Es grandioso descubrir que no somos débiles cuando lloramos. Al contrario, somos más fuertes porque es allí cuando nos lavamos, nos limpiamos, nos desintoxicamos. Llorar, nos hace más poderosos y nos da paz.
Así que cuando encontremos a alguien con los ojos acuosos, sustituyamos el “ya no llores” por unas palmadas reconfortantes en la espalda o un prolongado abrazo. Y si es a ti al que le entran las ganas, recuerda: ahorrar lágrimas no es lo que te hace bien. En vez, largo y tendido, llora.
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