
La maraña del diario vivir en que se ha dejado envolver el ser humano con frecuencia lo hace perder la perspectiva de su propia existencia, cayendo así en un vacío profundo que lo hace sentir miserablemente solo aunque esté rodeado de miles de personas.
La sola idea de permanecer en silencio la interpreta como una falta abismal de calor humano, que por supuesto no está dispuesto a admitir, razón por la que siempre busca encontrarse en lugares donde haya gente que se encuentren en la misma situación y de una manera tácita comparta la sensación de no pertenecer a ningún lugar.
En cierto modo ese hombre, en sentido genérico por supuesto, que aparenta estar contento consigo mismo, que se divierte y se hunde en el alcohol, el humo, la música estridente y cuantas cosas se le ocurran para no escuchar esa pequeña voz que le dice oye, ¿esto es todo? , ¿es lo que eres?, puesto que en realidad se encuentra como la vieja serie de televisión aquella, “perdido en el espacio”.
Aunque parezca una afirmación muy tajante, la verdad que la forma en que se conduce el ser humano en la actualidad no demuestra más que eso al dejarse envolver de la vorágine del mundo que, cual boa constrictora, está asfixiando al ser de luz que por naturaleza es el hombre, de quien sólo se ve la parte más material, más densa.
Sin embargo, hay una chispa divina en cada uno que recuerda el verdadero origen del ser que espera por que se le redescubra, es el ser que se encuentra dentro de cada quien, ese mismo del que huimos y a la vez buscamos, el que de una forma sencilla vuelve a decirnos todo está en ti, el principio y el fin, las nimiedades y la grandeza, el egocentrismo y el universo.
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